Al fondo de mí mismo hay cuatro puertas.
Desciendo por el pozo hacia los hondos
canales que me surcan.
Pecho adentro
cruzo la oscuridad a ciegas.
Voy
palpando las paredes.
Ahora el aire
es más puro.
Vislumbro el resplandor:
la puerta del jardín de los deseos,
la puerta del instante prodigioso,
la puerta de la infancia recobrada.
Huele a ausencia de pronto un viento frío.
Siento a mi espalda un hueco impenetrable:
por las hondas rendijas de tinieblas
mana un silencio atroz.
Detengo el paso.
Mientras florezcan firmes mis deseos
y me aguarde el instante y el prodigio
y la luz en los patios de la infancia,
no cruzaré el umbral, la cuarta puerta,
no pisaré esa nada imponderable.
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