Sangre bullente de las bocas rojas,
sangre que brilla
y en recónditos vasos se retrae
cuando fervientes labios se avecinan…
Paladar calcinado,
lengua de fuego
que lleva el peregrino
bajo el sol meridiano del desierto
y cuya sed no aplacan
el límpido raudal de los oasis
y el dulce jugo de los cocoteros…
Collares desatados,
lacias guirnaldas de los brazos quietos,
ceñidores de amor nunca prendidos
para estrechar los cuellos ofrendarios
y los torsos solícitos…
Cuencas de las pupilas
curiosas de figuras,
ebrias de perspectivas deslumbrantes,
conturbadas por blondos espejismos
adonde fácilmente
se borran los mirajes
como en el mar la curva de las olas
y la fugaz estela de las naves…
Placa de oro para el son propicia,
fibras de acústica sonora
por donde ruedan todas las palabras
sin imprimir sus líricas rapsodias…
Campanas mudas de los corazones,
cosas rebeldes,
también como a vosotros
más de una vez las manos me tendieron
más de una vez riéronme los labios
y se deshizo en cálidos aromas
la brasa de sus rojos incensarios…..
También como a vosotros
miráronme gozosas las pupilas,
que rayaron en tórridos incendios
con brillo de fulgentes pedrerías…
Mas seguí torvamente y tristemente
porque también me ungieron en mal hora
con sedes y ambiciones sobrehumanas,
con deseos profundos e imposibles,
y voy como vosotros
también inaccesible e impotente,
cargando con la cruz de la quimera,
ajustada a la sien ardua corona,
sin poder claudicar
y sin tocar la carne de la vida
jamás, jamás, jamás.