A la memoria del poeta romántico
Enrique Gil, que cantó a la violeta.
Una leche nocturna os amamanta
en el triste regazo de los sueños;
la oscura palidez tiñe las hojas
de vuestros leves brazos somnolientos
y al fin, en la espesura humedecida,
queda el intenso beso de la noche,
su mortal arrebol allí dejando
la tardía belleza; ya la aurora,
rosa y apenas verde como todo
lo que se inicia, extiende su mirada
sobre el mundo, que lleno de rocío
simula un despertar; sólo vosotras,
ajenas al placer de la mañana,
conserváis ese lívido trastorno
de la noche perdida, y allí envueltas
en vuestra huraña y misteriosa sombra,
cual si, morado pájaro en la tierra,
más que savia, un latido os levantara
del sopor vegetal; porque entretanto,
la noche, el fresco viento o el poeta
os dejaron el cárdeno suspiro
del gran enamorado que no vuelve.