A qué vienes a mí, si el amor es ausencia.
Regresa a tus infiernos, y el mito signifique.
Cuando aquel dios sombrío te arrebató en batalla,
fui yo quien murió en Troya
bajo un cielo implacable de puñales helados.
Pero el último anhelo de nuestro juego trágico
cifró, en aquella estatua que mis manos soñaran,
nueva pasión.
Dormíamos la vida entrelazados,
ajenos a las voces de todos los amantes del pasado.
Volvió a negar Acasto nuestro vínculo
y te lanzó a las llamas.
Aun así, no acepté ver cerrado el destino
y entré al fuego a abrazarte y a ser contigo el humo.
Después de tanta muerte, aprendí la verdad
del amor:
estas pavesas.
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