A Carlos Barral
Le temps d’un soupir
no ha acontecido y,
mientras tanto,
las cosas en su sitio
y a cada quien lo suyo.
Para ya luego desembarazarse
de los vaivenes doctos del discurso
y echarse a andar.
Dejar a su aire
lo que es ajeno y basta.
Pero es difícil dar con el reposo
después de imaginar
lo sólito indecible.
Tanto como advertir
que el escenario se pone en movimiento
desde ya bien cumplido con nosotros,
los ausentes.
Plantar romero en un noviembre gélido
para que marzo agoste los augurios
y olvidarlo.
Yen el otoño, dentro, imperceptible,
saborear de pronto aquel aroma:
el campo una vez más
penetre la memoria clausurada.
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