Levantad, dijo Safo,
más alto el techo para mí, el esposo,
porque voy a entrar a caballo en el tálamo y en lo oscuro
y necesito espacios como cuadras de ganado muy grandísimo
para contar todos los dientes, el estremecer lunar, las carantoñas,
el caer de la mañana
sobre los ojos de mi esposa odiada.
Ven, Cipria, dijo Safo,
y el amor me conturbó el mismo hígado
casi como el viento retumba por el monte en el olivar
y quiero que padezcas mi vientre sin luz
y me mantengas amado, armado, yerto, azul
por el secreto del agotamiento, espada.
El frío, dijo Safo,
entró en el corazón de algunos pájaros como muerte o lienzo
de perecer, y me volví palomo,
crisantemo de piedra o ausencia tuya, estando.
Más blanca que la leche, dijo Safo,
y dejó que te viese esbelta como una yegua
porque cada mañana me diste un hijo de fuego y desespero
y gran erizo.
Éstas son, dijo Safo,
tus cenizas, oh muerta antes de las bodas,
y en los encarnados lechos del crepúsculo yacen jacintos,
borona, duros, dulces
camelios derrotados para siempre.