Derramando en mi ser dulce beleño
grato sueño mi frente acariciaba;
mas disipó la densidad del sueño
mi niñito Raziel, porque lloraba.
Abandoné mi lecho sin demora,
quemado por la fiebre de los males,
y al abrir el balcón, vi que la aurora
empañó con su llanto los cristales.
Asomándome oí que sollozaban
frente a mi casa, alrededor de un yerto
cadáver, unas gentes que lloraban
la eterna ausencia del amado muerto.
Al campo me salí lleno de hastío,
y en él vi de las flores que enamoran
las corolas cuajadas de rocío;
porque en la tierra hasta las flores lloran.
Y me dije: si llora el que padece,
¿por qué sufriendo yo dolor tan rudo,
quiero llorar y el corazón me crece,
y en la garganta se me forma nudo?
Si lloran en la tierra hasta las flores,
¿por qué no lloro yo que sufro tanto?
—Porque el llanto consuela los dolores,
y el inmenso dolor no tiene llanto.