«En par de los levantes de la Aurora»
Por amplias que sean sus alas, la luz auroral que sigue al alba es como un boquete, un lugar que tiende a absorber y ofrecer al par la inminencia de que algo inconcebible aparezca. ¿Un ser? Un animal quizás, un ser viviente, se dibuja casi, está al dibujarse. Un ser viviente de aliento y de pasión, un fuego oscuro por indiscernible que luego resulta ser simplemente blanco. Un blanco inextenso, un ser sin extensión. ¿Pensamiento? Mira tan sólo. Es una mirada, ya que la mirada de todo aquello que se manifiesta visiblemente es lo único que no tiene extensión y, aun más, la borra.
Llega la mirada anulando la distancia, quien la recibe queda traspasado, raptado o fijado; fijado, si es la mirada de la luz. Y cuando la luz nos fija es que nos mira, y, al mirarnos, ¿se sabría decir lo que sucede? Y, por no saberlo decir, se borra: no crea memoria.
Y así, de esta mirada de la luz, nace, podría nacer, ha nacido una y otra vez un pensamiento sin memoria. Un pensamiento liberado del esfuerzo de la pasión de tener que engendrar memoria y, en su virtud, liberado también de toda representación y de todo representar.