Me posé en el alambre de aquel día.
El Sol estaba exhausto. Soportaba
su corona de invierno. Un vaho translúcido
sedaba la ciudad.
Sólo el cielo encontró con qué cubrirse.
Los álamos sin tierra,
sin su arraigo mimético en el suelo,
intercambiaban risas de ojos tristes,
de ajena desnudez.
Tu lienzo, contra el álamo, esperaba:
«El Sol reparte sus oros,
los álamos verde-plata
se engalanan y hacen coro
de los coros de cigarra»
Las plumas que me arrancaste
no hizo falta que volvieras a pintármelas.
Me posé en el columpio de alambre de tu firma
y despunté mis arias.
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