¿Y si una mujer es demasiado fina
como para escoger y escoger: pasar
de puesto en puesto, con un vigor
de verdulera, toquetear las peras
y ver engaño en la frescura de los huevos?
¿Empezar el día escogiendo?
Correr todo el mercado, a publicar
su pasión vestal, a echar el pregón
del tributo de buen orden y cualidades
que ella quiere obtener de cada día…
Mejor la que es leal y oculta.
Hace tiempo que escogió, y tiene confianza.
Las agencias suaves y discretas
por ahora no han fallado. Su puerta
va abriéndose, y todo acude puntualmente.
¿Y qué, si tiene horas de duda?
(Quizá va pagando mucho por lo que vale menos,
quizá las demás encuentran por la calle
cosas que saben apreciar, y no hablan de eso
cuando están con ella, dentro de sus cuartos.)
Que no la rodeen cosas turbias.
Que en todos nosotros, espejos donde se mira
cuando sopesa la prueba del acierto
con que ella ha escogido a los suyos para siempre,
vuelva a hallar, siempre nítida, una imagen.
Mostrémosle, nuestro y asumido,
lo que escogió: el alto honor de los suyos.
Los espejos de Gabriel Ferrater
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