Qué soledad del cuerpo; qué soledad del alma;
qué vacío en los ojos; qué vacío en la sangre.
Nadie escucha su pena ni su cálido aliento,
rosa ardiente en el aire.
Sus bocas para el beso, rojas de amor se abren;
sus frentes buscan manos, amorosas caricias
de algún cielo distante.
Sus manos alzan dulces, llenas de sombra,
amantes;
las levantan temblando como tristes fantasmas,
amarillas de amor, rosas muertas, al aire;
rosas ciegas que buscan a través de su noche
la luz rosada y grande.
Alto vuelo de angustia, alta torre de sangre
levantan estos hombres hacia un cielo impasible
donde no habita nadie.
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