Anda el profeta de paso por la luna,
hace suyo el silencio y pierde la nostalgia.
No ha descubierto el afán de conseguir su premio
¡Calla!
Sumerge su vida y vierte el perdón de la palabra,
sus ojos se ahuecan,
su espíritu sigue los caminos de aquellos que se fueron.
Dejo a Desdémona en los brazos de aquel moro… y siguió…
Consumido por la piel de sus ausencias besaron sus labios púdicos,
su frente no sintió jamás aquello besos,
nunca poseyó la piel desnuda de una virgen,
no hizo suyo el atardecer de un ciervo herido
y se desplomó con cuatro piernas y un costado.
Solo años después descubrió que andaba por el mundo
con dos únicos zapatos,
que su piel no era la misma,
caminaba en círculos errantes de su propia vida,
no logró cumplir su fiel mandato.
Al pobre profeta
le faltó siempre la cruz para clavarse.
Los pasos del profeta de Claudia Casal Toledo
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