De comida del diablo me alimento.
Los reyes del anochecer
se abrigan
un paso atrás del puesto encomendado.
Voy hasta la esquina del moro
y allí pongo mi sonrisa, mi dinero.
Por siempre hombres armados
que saben decir no
y hombres desarmados que carecen de rutina
mezclados me perturban, me apasionan
con sus mesas de playa abiertas
en la noche,
con sus tres o cuatro cosas en venta.
El mismo perfume desde hace dos años,
mi amor hecho de pesas,
una forzosa condición para llegar hasta el final
y mucha gente que sepa
lo infelices que somos
viéndonos como uno más,
eso quisiera, sí.
Y que todo quede atrás, cuando salgo de este bar,
Con el último hueso de aceituna.
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