Tía abuela, cuyo nombre familiar y extraño ha sido
desde la infancia que aún toco
hasta los pesados años que repites.
Desdorado estuco y mugre de cortinas,
olor que tiene el agua donde flores se pudren,
dan cobijo a tu espera mientras se oye tu voz.
«Éramos veinte y en esta casa todo era alegría.
Hoy, ves, estoy sola, estoy sola».
Mercenaria compañía en muchas horas,
tu conocido lamentar, paciente escucha.
«Dijo mi padre…Juan…Aquel verano…»
Surgen recuerdos de bailes, entre sueños
flotan manos amigas, rostros sonrientes
bajo la claridad tenue de los candelabros.
y como el filo de una espada en los dedos,
la certidumbre de lo que va a morir,
de lo que está ya muerto, firmemente nos une.
Pasado, casi un sueño, futuro, tan dormido,
el fulgor de una espada dando luz a la noche.
Lucrecia Panero recuerda su juventud de Juan Luis Panero
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