Queridísima y diestra profesora
de mi difícil corazón inquieto,
¿podrías restaurarme este soneto
que, amarillento, tu atención implora?
Mira cómo mi voz se decolora,
cómo se ha oscurecido este cuarteto.
Un tratamiento mágico y discreto
recompondría su esbeltez sonora.
Discretísima, docta criatura,
pasas como una tenue veladura
sobre mi corazón y sus pesares…
Pasas tus manos sabias, cuidadosas.
Imperceptibles, diminutas rosas,
yo beso en mí tus huellas dactilares.
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