Madrigal de Pere Gimferrer

Amor, con el poder terrible de una rosa
tu piel tensa me ha saqueado los ojos, y es demasiado claro
este color de velas en un mar liso. ¡Dulzura,
la tan cruel dulzura violeta
que las nalgas defienden, como el nido de la luz!
Porque una rosa
tiene el poder de la seda: tacto mortal, estíos
agotadores, con el grueso de un tejido rasgándose,
la claridad estrellada en las cornisas
y el cielo, ventana allá, con negrura de desagüe.
Por la noche, el hombre
de anteojos ahumados, en la cocina de gas,
acaricia los enseres de Auschwitz, las tenazas alquímicas,
las ampollas de cal. Amor, el hombre de guantes oscuros
no arrasará el color de valva de un vientre,
el regusto de ginebra y aceitunas de la piel;
no arrasará la luz de una rosa inmortal
que la simiente deshoja con pico tierno.
Y ahora veo a la garza
real, cruzándose de alas en la habitación,
la garza que, con la luz que capitula,
es plumaje y calor, y es como el cielo:
sólo claridad marina
y después un recuerdo de haber vivido contigo.

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