¡Atadla!
¡Desnudadla!
¡Sujetadle
los brazos con la propia cabellera!
¡Sujetadle los puños por la espalda!
¡Cerradle el nudo con sus mismas trenzas!
Machacad entretanto en el mortero
hasta que polvo imperceptible sea,
la antigua pasta.
¡Machacad de modo
que en un polvo infernal cuaje la mezcla!
Mientras esto se cumple, vieja maga,
no olvides a las cómplices estrellas.
Yo cuidaré del trébede maldito,
donde el incienso que enbrujaste humea.
Y cuando tú lo mandes, profetisa,
yo mismo entre las carnes traicioneras,
le marcaré el tatuaje, poco a poco,
conforme al rito de la magia negra.
La hechizaremos con tan grave hechizo
que una roja locura la enceguezca,
y con los ojos ciegos, desolada
por infinito horror cruce la tierra.
De modo tal que el sacrilegio horrendo
que así me libra a la tieniebla eterna,
sea el crimen más cruel que hayas cumplido,
¡sacerdotisa de la magia negra!
Que así la amo y así por su pecado
pierdo el alma en las hórridas tinieblas.
¡Sacerdotisa!.
Sí.
Nada me digas.
¡Sé que el octavo círculo me espera!
Pues yo mejor que tú sé de tus artes,
y mucho más que tú sé de tu ciencia.
Por eso, por tus signos te lo juro:
¡Ay de ti si la cábala te yerra!