Manchas de ruidos antiguos en los rincones del patio: sombras
de la mentira
tomando la forma de tu cuerpo y su lugar. La luz te hace
creer en todo lo que alumbra
o devela la sombra del monstruo que habita la penumbra.
Toda palabra quema,
ceniza será después, rescoldos de aquel fuego. Ruinas del
tiempo, escombros, hollín y polvo,
la efímera materia que fue la eternidad.
Pequeña llama inmóvil, rememoración de la desaparición de la
fe en la sorpresa.
Del aire impuro del mundo están hechas las palabras, su
círculo vicioso,
toda pregunta es una piedra que se lanza al agua cuyas
ondas alejan la respuesta.
En corregir lo incorregible se te fue la vida, en buscar el error
y al tratar de borrarlo,
volverlo a cometer y la culpa otra vez de provocarlo.
Palabras, resplandores inéditos buscando su sentido
en lo sentido.
En la ventana el rostro de la dulzura pensativa:
una sonrisa ciega, en toda ella las frases y los gestos que nos
son elementales.
La fuerza que guía la mano en selva oscura, a través de la
página,
hasta encontrar la máxima potencia. El ojo que descubre
lo invisible
mientras crece la historia durante el sueño, la bestia echada
junto a la ropa triste del amor consumado,
todo aquello que amamos y por eso matamos lo más vivo
en nosotros.
Manchas de ruidos antiguos de Alfonso Quijada Urías
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