A Rubén Darío
La hora cárdena… La tarde
los velos se va quitando…
El velo de oro…, el de plata.
La hora cárdena…
«Aún es temprano».
«Nada veo sino el polvo
del camino…»
«Aún es temprano».
«¿Gritaron, madre?»
«No, hija;
nadie habló… ¿Lloras?…»
«Lo blanco
del camino que contemplo
las lágrimas me ha saltado…»
«No es eso…»
«Yo no sé, madre».
«Él vendrá, que aún es temprano».
«Madre, el humo se está quieto,
las nubes parecen mármol…,
y los árboles diríase,
que tienden abiertos brazos».
Un mendigo horrible pasa,
y hacia el castillo ha mirado.
Una negra mariposa
revolotea en el cuarto.
La hora cárdena… La tarde
los velos se va quitando…
El velo de oro, el de plata…,
el de celajes violados.
… Y el sol va a caer allá lejos,
guerrero herido en el campo.
¡Mal hayan los servidores
que sin su señor tornaron,
los que con él se partieron
y traen, sin él, su caballo!