(Meditación de postrimerías)
1
Una rosa se yergue.
Tú meditas. Se hincha
la realidad, y se abre, se recoge, se cierra.
Cuando miras, entierras. Oh pompa
fúnebre. Azucena: Relincho
espantoso, queja oscura, milagro. Tú que la melodía
de una rosa escuchaste, sangrienta
en el amanecer cual llamada
de una realidad diminuta,
miras tras ella el hondo
trajinar de otra vida, la esbelta
rapidez con que algo se mueve en la noche
con prisa, como si quisiera llegar a una meta
insaciable. Hay detrás de esta rosa, que yergue
suavemente su tallo, una pululación hecha náusea,
un horrible jadeo,
una ansiedad frenética, un hediondo existir que se anuncia.
Una trompeta dispara
su luz, su entusiasmo sonoro
en el estiércol. ¿Qué dices,
qué susurras, qué silbas
entre la oscuridad, más allá de esta rosa,
realidad que te escondes? ¿Qué melodía
articulas y entiendes y desdices y ahogas,
qué rumor de unos pasos
deshaces, qué sonido
contradices y niegas? La cadencia está dicha,
realizado el suspiro.
El rumor es silencio,
la esperanza, la ruina. Todo silba y espera,
silencioso, engreído,
más allá de esta rosa.
2
Más allá de esta rosa, más allá de esta mano
que escribe y de esta frente
que medita, hay un mundo.
Hay un mundo espantoso, luminoso y contrario
a la luz, a la vida.
Más allá de esta rosa e impulsando su sueño,
paralelo, invertido
hay un mundo, y un hombre
que medita, como yo, a la ventana.
Y cual yo en esta noche, con estrellas al fondo,
mientras muevo mi mano,
alguien mueve su mano, con estrellas al fondo.
y escribe mis palabras
al revés, y las borra.
«Oda a la ceniza» 1967