Ya se alivia el alma mía
trémula y amarilla;
ya recibe la unción apasionada
de tu mano… Y la fría
rigidez de mi frente
dulcemente entibiada
ya se siente…
Yo no sé si mi mal indefinido
se decolora o se desviste,
pero ya no hace ruido.
Yo no sé si la luz que todo anega,
o el latido leal que te apresura
en mis sienes, o el ansia prematura,
inunda las pupilas y las ciega.
Qué conmovida está mi boca,
e inconforme.
Y distinto mi cuerpo
a la distinta llama de tu sangre.
Y mi sed ulterior acaso es poca.
Siento una languidez, y un desvaído
cansancio, casi de relato
pueril… Me siento como
en el claroscuro envejecido
de un melancólico retrato…
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