Nos sabíamos convidados a la fiesta
de la dicha perfecta.
La fiesta es legado de los dioses
para los seres puros.
Lo sabíamos
desde el prodigio inicial de las miradas,
desde el asombro de todas las palabras,
desde la mañana anterior a los recuerdos
y su parvo acontecer de la nostalgia,
desde el prestigio inviolable de los sueños
y su densa espiral de irrealidades.
El alma virginal
tallada en cristal vivo,
el cuerpo ennoblecido de erótico linaje
llegamos a la fiesta de la dicha perfecta.
pero nos fue vedada,
no se admitían máscaras.
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