La memoria es un vino y un destino.
Llega como un aroma entresoñado,
me estremece, me salva del tiempo de la muerte.
Fascinada, me lleva de la mano a su historia.
Me convierte en el niño que avizora su infancia.
Sube a mi juventud agolpando en mis sienes
la certeza de haber vivido muchas vidas
que protagonizaron la fábula del tiempo.
En su juego de luces y de sombras,
el dolor y el placer sin duda se reparten.
Vislumbro el claro andén de mi primer amor.
Todavía sus ojos hacen más triste el mundo.
También otros adioses de efímeras imágenes
que van desvaneciéndose por remotos países,
en puertas que perdieron sus llaves para siempre.
Pasó la niebla y todo fue arribando
a este reino impasible en donde la existencia,
incrédula, atesora recuerdos que desnudan
desamparadas voces en el alma.