Mirad los locos, altos como ramas,
llenos de inmensidad y poderío;
mirad los altos cual soberbias llamas,
amenazando al cielo con su brío.
Como harapos ardientes y violentos
esparcen sus delirios y su anhelo.
Vedlos chocar su pecho con los vientos,
pobres guiñapos locos junto al cielo.
¡Ay, qué locura de abrasado vino
arde en su honda y más profunda vena!
y van raudos, tenaces, sin destino,
hijos del cielo, ciegos en la arena.
Fantasmas de la nada y del coraje,
dioses heridos, bellos, desgarrados,
que llenan de pavor todo el paisaje
con aullidos tremendos y abrasados.
Otras veces tranquilos, misteriosos,
llenos de humilde pena y de grandeza,
se agolpan contra el suelo silenciosos
y reposan en tierra su cabeza.
Si acarician la tierra dulcemente,
sienten allá en su alma enamorada
una mujer que besa tiernamente
su pobre frente loca y desolada.
Cuando su seca, marchitada boca
acercan a la piedra, enamorados,
¡qué soledad tremenda da la roca
a sus nobles sentidos desbordados!
¡Ay, pobres locos del amor, de anhelo,
de la nada simiente y alimento,
mitad tierra sin nadie, mitad cielo,
carne de Dios en la mitad del viento!