En qué lejanos días te me muestras.
Navío, almendra o armador de cielos,
todo eso en un punto conseguías
reunir, si levantabas el semblante.
La luna y su bastón probaban pasos
nuevos, abiertos los balcones, sobre
tus pómulos. Vara de nardos, cortos
saludos que duraban la mañana.
Fría fuente de ciervos era el pulso
de las hojas desde el jardín cayendo,
un surtidor los ruidos en la grava.
Y en cada mano siempre una sonata
que acortara la espera de la muerte.
Tu sombra hará la eternidad más breve.
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