-Como un lento jarabe
que calienta la bóveda celeste,
la luz trama su incendio
y vuelven los colores a mis ojos.
¡Amanece! Éste es el primer día.
-Pero, idiota, qué asombro va a quedarnos
siendo el día que es: el siglo de los siglos,
ya se sabe, final de un gran banquete.
Miro por la ventana
y desde mi sensata finitud
no veo más que el sol
reemplazando a la noche, como siempre.
-¡Esa inmensa naranja
será limón después en las alturas.’
Puedo oler el rocío evaporarse,
los pájaros lo absorben mientras vuelan.
Me parece que estoy viendo un milagro.
Ha llegado el momento de dejarse morir
para nacer.
-Tranquilo, por favor, no desvariemos.
A poco que se estudie el curso de las cosas
se entiende que el milagro es una farsa.
En cuanto a la belleza,
hay un amanecer-digamos que sin nubes-
y nada en absoluto. Salvo morirse, claro.
Mejor sigamos con los pajaritos.
-¿ No tiene el alba un gesto
de diosa empedernida, muda, virgen?
En cuanto se fecunden sus resquicios
el mundo quedará alumbrado
y un ritmo nuevo empezará a estirar
sus versos como músculos.
-¡Hay que soltar los cirios,
la luz es un asunto de la tierra!
y de paso templemos un poco ese lenguaje:
bastante nos costó vestido de paisano.
-Como un jarabe hirviendo,
como el milagro de un poema…
-En fin…