Como el señor,
como el señor del Buen Despacho que era
un amigable y buen componedor
en los tumultos de la primavera.
Como el cine que afoca
a los novios penumbra placentera
mientras chicle permutan boca a boca
y les tiemblan las piernas, en tijera.
Como la dulce, la plateada luna
que perdió sus virtudes de planeta
una por una
en abyectos oficios de alcahueta.
Como la madre de la bailarina
que da a prócer rufián pública y quieta
posesión; y da la esquina
al insolvente amor de hija coqueta.
Como aquellos que salga lo que salga
quieren a todas luces explicar
la condición sedeña de una nalga,
de Dios la esencia y el color del mar…
Vender la vida en más de lo que valga
¿polvo de oro…? ¿colmillos de elefantes…?
y la raída indumentaria hidalga
vender cuanto antes…
Como el señor honrado, aunque cabrón
que por haber merced o cualquier cosa,
dona al patrón
el usufructo de la casta esposa.
Como el señor de convicciones que
al triunfador en ortodoxo posa,
y va -olvidadizo de lo que antes fue-
de flor en flor, como la mariposa.
Como el joven altivo pero bajo
cuya bifronte idiosincrasia estriba
en darle por detrás a los de abajo
y ofrecer el trasero a los de arriba.
O como el jubiloso campanero
que con igual fervor mueve el badajo
en la boda, el bautizo y el postrero
instante en que nos vamos al carajo.
Un ojo al gato y otro al garabato
armado el brinco y las pisadas lentas
cuando nos llegue el doloroso rato
de hacer las cuentas…
Pues el que canta sin firmar contrato
ay de él…
y, ay del que tiene que vender barato
la tibia leche y la dorada miel…