I
Pura como un enigma,
como la luz desnuda que respiro,
dime qué soy para el silencio
de esta noche de agosto,
sin milagros ni júbilo,
de este noviembre anticipado
donde el amor se anilla como fruto
sobre tus hombros frágiles, y tu
cuerpo se vuelve playa rumorosa
para mis manos, donde se endurece
tanto brusco recuerdo,
como un mar desbocado
que fuese asombro y muerte y aventura
y no supiera que aún hay tiempo, que
halló hospitalidad donde halló nido.
II
Desnuda y grácil como el aire
viniste a mí desde una primavera
donde la nieve es dulce y da sentido.
En tu amorosa inundación moraba
la plenitud de un mundo devastado
sobre el abismo de la carne. Ardías,
sola en medio del frío
que me llevaba a ti, blancor indescifrable
donde no hay antes ni después ni nunca
sino luz, puro espacio
donde el deseo anida sin objeto.
Es otoño otra vez. No hay soledad, ni voces,
sólo palabras que simulan lumbre
sin comprender que el agua de tu boca
pudo apagar el fuego de mi infierno.
III
Esta lenta penumbra con que muere noviembre
se posa en la terraza, junto a la enredadera
que ella sembrara un día tan cercano.
Una pereza húmeda diluye su memoria
entre la tierra seca, como esa sed tan dócil,
empapando una lluvia que no llega.
Aquí buscó fingir un posible horizonte
inventando una gruta que fuese como un cielo,
y conoció la muerte por sí sola.
Es éste un sitio donde crecen flores.
Supe de la ternura por su opacidad.
Y era el aire tan frágil que no siento su aroma
sentado en esta noche donde el sol ya no brilla
oculto como está bajo una nieve
hecha de amor y límites y olvido.