Ya galantes no más y delicados
madrigales haré -para las flores
y las mujeres-, sobrios de colores
y vagamente estilizados.
Pintaré la preciosa
gota de sangre, roja como guinda,
en el pétalo rosa del dedo de Luscinda,
al coger una rosa.
O diré los alegros
(silenciosos y ardientes)
de las niñas de los ojos,
de las niñas de los ojos negros…
Y charlaré como las fuentes…
Consuelo,
tu nombre me sabía
igual que un caramelo.
¡Qué pobre
soy desde que me falta
el oro de tu pelo!…
Tus ojos
azules no me miran,
y para mí no hay cielo…
¡Consuelo!
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