Nadie mojaba el aire
tanto como mis ojos.
Me decías: «¿Trabajas?»
Me decías: «¿Ya es la hora del té?»
Y yo no te decía: «Te amo»;
no te decía:
«Eres todo lo que tengo»;
no te decía:
«Eres la única rosa en la que caben
todas las primaveras».
Me decías:
«Adiós, hasta mañana».
O me decías:
«¿Necesitas algo?».
Y yo no te decía:
«Me estoy muriendo
de amor… me estoy muriendo».
Nadie mojaba el aire
como yo.
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