De sus bondades, se ponderan muchas,
tantas al menos como de esas triacas
de cuyo armario y orden se olvidó el boticario.
La poesía -según ya se escribió-
con artimañas de estratego «saca
del argumento conclusión sutil».
Pero ¿y lo poco airoso del escriba,
su irrelevancia o equivocidad
respecto a un cañamazo de vocablos y músicas
de consistencia nueva o suficiente,
de cierta condición escamondada
para que el artilugio, al menos, no fatigue?
Temblones, cuando no desorientados
por ese filo, náufragos sin leño,
ni siquiera datamos ya: la fecha
en que tal solipsismo se instalara
aparece borrosa en los anales. No es siquiera
precisa como arranque de epidemia mortal:
sí frasco de perfume que gastó ya su aroma
y al que un pueril apego nos impide trizar.