LIDIA, la dulce novia de mi infancia,
por cuyo amor de mariposa aún gimo,
me envía de naranjas un racimo
con violetas de mística fragancia.
Unas y otras nacieron en la estancia
más íntima del huerto, a cuyo arrimo,
beso entre beso y rimo tras de mimo,
nos amamos con púdica ignorancia.
En estas flores, Lidia, hallo el sabroso
perfume de tus frases, como advierto
en las frutas tu boca de ambrosía,
y así tu amor revive victorioso
en cuanto crece en el rincón del huerto
donde le dimos sepultura un día.
Versión de Miguel Rasch-Isla
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