Recorre la tronante voz del dios,
el ancho y largo cielo.
Amontona las nubes grises,
revuelve los vientos de los cuatro puntos cardinales,
los lanza con furia sobre los usurpadores de su reino.
Tiembla el frágil ser humano ante el retumbo prolongado,
ante el rayo que castiga al intruso de la Tierra,
el que debe pagar las ofensas a la Madre que lo acogió en su seno.
Es la inaplazable tormenta,
con la que satisfacen la sed animales y plantas,
con la que el dios reafirma su promesa
de mantener la vida eterna,
con la que siempre ahoga las esperanzas inútiles…
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