Niebla de Jeannette L. Clariond

I. Breve sustancia la niebla,
su clarísimo carbón, su pátina de viento…
la tierra apenas humedece
la piedra circular donde manan antiguos destellos,
el néctar petrificado,
cristales de este invierno;
y en generosa calma
buscar entre menudos giros
otoño adentro
los recuerdos
cuando todo es cascada acreciendo su abandono.

II. Bajo el murmullo de los álamos
la voz, ese leve impulso
contra el cielo,
un surco de gaviotas,
ese mar entero
de brazos que extienden su corazón de nuez,
horas de este invierno
como un tigre,
su callada resurrección entre sombras,
la vida,
recordarás la vida,
breve sustancia, voz,
lámpara que es niebla
ante el espejo.

III. Todo olvido guarda una luz,
un nombre cada fotografía,
un año cada árbol;
dorada en semillas, de grisácea arcada,
la oropéndola teje su nido.

Las nocturnas copas de los árboles
son nuestras. Nos hundimos
y no basta llegar a la raíz;
ese perderse entre sus copas subterráneas
es la voz, incierta y estrecha
apenas arde;
hora del comienzo y el fin,
suma de moradas bajo la luz de los olvidos.

IV. Sobre lajas se fija el resplandor
de un cielo rasgado,
y en la inmensidad
íntima de los bosques,
aquella edad del que nada sabía,
abierta a la luz de los deseos.
Pero la niebla ciega cualquier señal.
Ocre de raíz a río
la forma devanada de la noche,
su aliento apenas audible:
voz incierta,
apenas arde,
álamo distante
que flota en el seno de este sueño.

V. Nada queda,
sólo esa sensación de carne que se desmorona
en un paisaje de invierno.

Porque fuego es presagio de hielo,
desnudez de ángel, opreso laberinto,
ausencia
con dedos de sangre dibujada.

VI. Ligera, se va perdiendo entre los álamos
segura de su luz,
aroma de agua quieta;
en lo fugaz
del arrullo primero
la leve coincidencia.

Sólo una noche basta para alumbrar
el lento ascenso
en tenue pulso que retorna.
Dentro del hálito la quietud, su deseo
estalla
sin dispersar fragmentos.

Desde la raíz, entera, la frágil voz regresa.

VII. Todo aguarda tras el ventanal: el estero,
los ánsares, este sentir apenas el reflejo
porque oblicua nace la sombra,
la conjunción que cierra la niebla,
esa materia finísima del sueño,
su naciente verdad que llama desde lo hondo,
la desierta memoria que germina.

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