Su nombre, pensamiento
levantado del agua
o miel para la boca
de silencios añosos.
dicho bajo las ramas que otra vez aprendían
el gesto inútil de la primavera.
Mi nombre atado al suyo
castigó la vejez
de un idioma sin ángel.
(¡En un país grato al agua
no fue cordura olvidar
el llanto de las campanas!)
Yo era extranjero y aprendiz de mundo
junto a la mar y fiel a su vocablo.
y como la tristeza miente formas de Dios
en la Ciudad y el Río de mi patria,
sabía desde ya que Amor en tierra
nunca logra el tamaño de su sed
y que mi corazón será entre días
un gesto inútil de la primavera.
(En un país junto al mar
veletas locas de sueño
ya no sabían guardar
fidelidad a los vientos.)
Niña edificando su alegría:
toda impaciente por acontecer!
Pareció que en sus hombros apoyaba la mano
sin oriente una edad,
o que reverdecían las palabras
en el otoño de un idioma
ya cosechado por los muertos.
¡Niña-de-encabritado-corazón
nunca debió seguirme junto al agua!
Porque de olvidos era trenzada su alegría,
y porque la tristeza
miente formas de Dios
en la Ciudad y el Río de mi patria.
(Pero las rosas ignoraban
la edad del mundo,
y se pusieron a contar
frescas historias de diluvio.)
Por culpa de las rosas olvidamos,
junto al mar y a la sombra
de veletas con sueño:
Desde su adolescencia hasta su muerte
la niña, paralela del verano, cruzaba.
¡Fue imprudente olvidar que Amor en tierra
nunca logra el tamaño de su sed,
y a manera de un vino
paladear la mañana,
o escuchar el salado
proverbio de las rosas!
Sólo al final de la estación fue cuando
sentí cómo la niña se disipaba en gestos.
Y vi su madurez cayendo a tierra,
y la estatura de su muerte
junto a la mar encanecida.
Mas, como la tristeza miente formas de Dios
en la Ciudad y el Río de mi patria,
le arrebaté a la niña los colores,
el barro y el metal,
y edifiqué otra imagen, según peso y medida;
Y fue, a saber: su tallo derecho para siempre,
su gozo emancipado de las cuatro estaciones,
idioma sin edad para su lengua,
mirada sin rotura.
Y esta maldad compuso mi experiencia
con el metal y el barro de la niña.
¡Bien pueden ya los bronces
divulgar su cordura,
y el día ser un vino derramado,
y repetir olvidadizas ramas
el gesto inútil de la primavera!
Sentada está la niña para siempre,
mirando para siempre desde su encantamiento.
Y este nombre conviene a su destino;
Niña Que Ya No Puede Suceder.