Eras niño de niebla
casi en la nada;
nombre de mi sonrisa
detrás del alma.
Y era un barco dichoso
de tanto viaje
y un ángel marinero
bajo mi sangre.
Subías como el lirio,
como las algas;
en tu peso crecía
la madrugada.
Y alzando el aire joven
sus ademanes
ya marcaba tu fuerza
de vivos mástiles.
¡Prado de nieve limpia,
bosque de llamas!…
Y tú, semilla dulce,
bien enterrada.
Escondido en mi pulso,
sin entregarte;
pulsando en los temores
de mi quién sabe.
Buscabas en mi pecho
bulto y palabra;
entre mis muertos ibas
buscando cara.
Salías de la torre
de las edades
y en las lunas futuras
dabas señales.
No creas que te cuento
cosas de fábula:
para que me comprendas
coge esta lágrima.
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