No hay sitio en el que pueda de Jaime Labastida

No hay sitio en el que pueda
apoyar la sombra de mis pies
del que no brote sangre
coagulada en piedra,
esqueletos del aire abrazados al limo.
De muerte y barro antiguo mi alimento.
Y nosotros, ceniza.

Cuando toco tu torso
hay algo que se quiebra.
Cuando estrecho la mano del amigo,
siento que crujen
arquitecturas de cristal y hielo,
que los pinos se hienden.
Parece dialogara con ausentes:
galopa, cráneo adentro, la vigilia,
ánades furiosos baten mi cerebro.
No tengo paz,
ni soy feliz, ni nada.
¿Por qué esta mancha vegetal en la palabra?
Quizá arrebato esta mujer a otro hombre,
oh coágulo de tela, plumas, voces.

Cuando yazgo a tu lado, mujer,
brota un fantasma,
una mano sin huesos,
un cartílago muerto;
y entre mi boca y la tuya
gritan y juran desahuciados hombres.
¿Cómo besar entonces
tu mirada de ola, tus axilas
definitivamente submarinas!
Parezco dormir sobre siniestros.

Riesgo es entonces la cosecha,
pequeña alcoba tu vida
que me duele, mujer,
en el constante insomnio.

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