Cuando salí del cine ya había oscurecido.
En aquel viejo parking, sin luz, iba subiendo
la rampa áspera y sucia
porque había aparcado en la terraza.
Dentro de mí también era dura la cuesta:
eran aquellos días, los primeros sin ti.
Pero al llegar arriba, en la intemperie
había un cálido silencio
envolviendo la sombra de algún coche:
las baldosas rojizas, las barandas
de hierro, delicadas y sencillas,
y latas con hortensias.
De repente, al salir a cielo abierto,
un velo se rasgó y surgió la noche
de un patio con sus limpias galerías
y sus iluminadas cristaleras.
Me detuve sintiéndote muy cerca.
Y sintiendo que ya, en cualquier instante
podría hacer surgir tesoros de la muerte.
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