Para Carlos Pujol
Como el llover doblaba aquel piano
mi soledad y en su cristal caía.
Eran lentas las notas que llegaban
hasta el torpe temblor de la hojarasca.
Sonaba a sombras frías esa tarde,
el laurel y la yedra, el pozo, el aire,
pero más dulce que el paisaje era
aquella melodía para nadie.
Yo la escuchaba atento y nada oía
salvo las gotas repicar monótonas.
Penumbrosa canción que en sí encerraba
al rosal, al mastín, al que naufraga.
Al que va peregrino no sabiendo
y a aquel que recorrió todo el camino
y ya nada le queda. Misteriosa
canción de viento, de hojarasca y miedo.
[…]
Lo que era jardín en la ventana
es noche al fin, espesa y negra noche,
y este silencio un eco también negro
de lo que no sonaba.
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