Nocturno de Adán de Jorge Rojas

Estoy desde hace siglos despierto sobre el mundo
mirándote, tendida a mi lado, extenuante
hoguera de perfumes, de sonrisas, de frutos,
y si busco tu sombra me vigilan los ángeles.

La forma de tu rostro es la misma que engendra
órbitas y estaciones sobre sus claros ejes
y da normas al sol, la luna y las estrellas,
y gobierna el transcurso de la rosa y la nieve.

Te cobija el arbusto de la sabiduría;
y convocas la luz y te besa la luna
los pies; y los luceros te forman una cinta
de claridad que ciñe, temblando, tu cintura.

Tus ojos escaparon al mandato divino
que puso en el azul señales de la noche,
y estás sobre la tierra entre Dios y el rocío,
turbando con miradas el sosiego del orbe.

Oh sellada mujer. Hecha del mismo grano
de mi profundo sueño y mi pobre sustancia
yo sé que la ternura se reclina en tus brazos
y el lirio, mientras duermes, con su sombra te guarda.

Muerdes jugosos frutos que compartes conmigo
y en su pulpa me das tu saliva y tu aliento;
y estamos entre el agua, y las ondas del río
arrastran tu temblor para abrazar mi cuerpo.

Y en este vivo espacio de cristales y lianas
también he visto tu desnudez rotunda,
y en el vaivén del juego, llenar de curvas blancas
el lugar de las olas hecho para la espuma.

Parece que del fondo de tu carne naciera
el sol, con su encendida muchedumbre de rayos,
y el espacio rutila donde tu piel empieza
a derrotar las sombras con un temblor dorado.

Tendida en la ribera, van quedando tus miembros
inmóviles y tibios a la orilla del agua,
y sube de ti un vaho y un calor de tus pechos
que dulcemente doran la piel de las manzanas.

A veces la mirada he posado en tus muslos,
y he visto lentamente sobre tu piel cernirse
la palidez, quedabas igual que un cuarzo húmedo
cuando el sol va secando su dura superficie.

Tus cabellos revueltos azotan mis costados;
y me hieren tus uñas de joven bestezuela,
entonces en mi espalda crecen flores de espasmo,
igual a cuando cae sobre el agua una piedra.

Me turban tus preguntas y prefiero estar solo;
yo que nombré las cosas que sobre el mundo caben,
me quedo sin palabras delante de tus ojos
y si te vas no acierto con qué nombre llamarte.

Tus hombros que descienden firmemente del cuello,
dejan caer tus brazos en redonda cascada,
hombros donde se posan tu mejilla y mi sueño
con un párpado de humo y una rosa tronchada.

Qué arco, que compás va a medir tu cadera,
que la forma construye rica de proporciones
y en donde el crecimiento de la curva semeja
el flanco tembloroso de una llama en la noche.

Tus muslos poderosos como horqueta de árbol,
fuertes como tenazas, atraen como el abismo;
y allí el desvelo muestra tu sexo enamorado,
sus profundos infiernos, sus altos paraísos.

Qué redondo tu vientre, cuyo límite ordena
todo cuanto fue caos en torno de su centro;
la noche lo circunda, y el horizonte queda
con el cielo encerrando su círculo perfecto.

Soledad de tu pubis en inmensa blancura
de la creación sin mancha. Miro su breve vida
de rosa no deshecha. Su potencia desnuda,
su acto por llegar de furor y delicia.

¿Qué espero que no caigo como un pesado fruto,
si siento derrumbarse mis hombros en tus hombros?
¿Si cada rosa escucha un llamado profundo
y hasta los astros caen de un cielo a otro más hondo?

Llámame con tu voz de paloma y colmena,
con tu voz de resuello, de grito, de palabras.
Llámame con tu silbo que en el aire me espera
y hace salir los peces encima de las aguas.

Oscura, ciegamente, voy llegando a tu boca,
donde la lengua emerge como un maligno estambre,
sítiame con tus dientes. Tómame gota a gota.
Caigan por fin los ángeles malditos de mi sangre.

II

«…echémosle de aquí no sea que
viva para siempre…».
Génesis, III, 22

Como un terrible vendaval en el bosque,
aún tiemblan mis raíces. He caído; un silencio
igual a la distancia que hay entre Dios y el hombre
agranda esta tremenda soledad en que muero.

La destrucción me rinde con su implacable sitio,
la he visto en las pupilas de palomas y peces
y en el tiempo y el agua. Mis brazos en el río
no pueden detener ni su dulce corriente.

Todo muere. Los besos han quedado en el suelo
igual que tibios nidos o recientes retoños.
¿Tanta palpitación, tanto hermoso deseo
cómo puede quedar convertido en escombros?

Todo el azul le he dado por tu sexo sombrío.
La rosa de indecisos aromas la he cambiado
por tu piel de agrio clima. Manzano de exterminio
donde la muerte clava su diente cotidiano.

Tuve la frente alta, levantada a la pura
proximidad de Dios. Mis ojos alcanzaban
a contar las estrellas. Hoy de sus luces últimas
sólo queda mi rostro salpicado de lágrimas.

En vano alzo los ojos. Inútilmente clamo.
La soledad opone su muro silencioso.
¡Soy libre!, me repito, y detrás de mis pasos
un ruido de cadenas agoniza en el polvo.

Bajo la inmensa noche en la lucha con el cuerpo,
el alma como un ángel invisible aletea,
vástago del azul quisiera alzar el vuelo
mas ¡oh contienda inútil! ¡Oh condición terrena!

Ya todas las criaturas saben que llevo expuesta
la sangre como un hilo que pudiera romperse,
y el hierro me persigue y la espina me acecha,
y en cada instante un poco de mi vida perece.

De la inmortal estirpe del cielo me separo,
por batallar mi pan y beber mi amargura.
Vengo a enterrar mis alas porque sólo mis brazos
anuden el amor y desaten la lucha.

Si ahora es necesario morir, si tuve en vano
contra mi cuerpo un día desnudo el paraíso,
¿qué importa? fueron mías las mieles del pecado,
antes que labio alguno lo hubiese conocido.

Mujer que te apareces ondulante y erguida,
igual que una serpiente cubierta de manzanas.
Enemiga del cielo. En tus claras rodillas
conviven dulcemente el pecado y el alma.

Tu desnudez en balde se rescató en la higuera
y desde entonces nada puede ocultar tus pechos;
más altas son tus formas debajo de la seda,
y en la noche más brilla tu piel bajo el deseo.

Brota en ti la mentira que embellece tus labios,
como el pezón en lo alto de la tensa blancura.
suma de imperfecciones y tesoro de halagos,
inagotable fuerza donde todo se muda.

Tu sexo que me enturbia el correr de la sangre
diluye su negrura más allá de la noche,
allá donde los sueños súbitamente saben
cuanto la luz del día ni siquiera conoce.

Pago en pequeñas muertes tu galope nocturno.
Eva. Dispensadora del amor y el desmayo,
mientras el paraíso que compartimos juntos
otra vez nos destierra de su estéril espacio.

Huyo de ti deshecho y mi cuerpo disfruta
su libertad sin rosas y su amor sin cadenas;
pero siempre el anillo duro de tu cintura
me encierra en su mandato y a tu ley me regresa.

Ofréceme el infierno nuevamente en tu mano.
Déjame tembloroso de pavor sobre el mundo.
Materia de la llama. Criatura de relámpagos.
Soy tu rehén de guerra y el pasto de tus triunfos.

A pesar de que eres dadora de la vida,
madre de los humanos, por ti todo perece
y acatas el designio del polvo y la ceniza.
El ser que de ti nace sólo hereda la muerte.

Condéname a buscar nuestra alianza en los huesos
si te esposó el oficio con sortija que daña
y te lanzó a la muerte como a profundo hueco
donde el ardiente labio para el beso se acaba.

Como fruta caída que se pudre en el suelo
es amargo este beso que me llevo a los labios.
Cuanto ansiamos es triste y cuanto poseemos
y más que lo perdido nos da pena lo hallado.

Aunque el amor no muera con espadas de olvido,
de cada abrazo un ángel de tedio nos expulsa.
Con todo, de ti vengo y a ti voy, azar mío,
oh mujer, dulce monstruo de placer y amargura.

Destino de mi tacto, claridad de mis ojos,
aspiro tus axilas y me bebo tus lágrimas,
y mi oído en la noche recoge tus sollozos
igual que un caracol en la orilla del alma.

La sal mide tus labios y la sed te convida
con su insaciable arena a darme el beso último,
el que más sabe a llanto, porque toda caricia
es triste como sombra de un antiguo infortunio.

Oh criatura de espanto, cómo te pertenezco;
siendo mi propia hija me señalan tu esposo
y eras también mi madre. Maldición de mis huesos
en donde estaban todos los linajes monstruosos.

También eres yo mismo, por eso cuando te amo
me miras como un pozo que copiara mi angustia,
y por borrar mi imagen te deshaces en llanto.
¡Oh soledad de amor! ¡Oh imposible ventura!

III

«Ella quebrantará tu cabeza…»
Génesis, III, 15

Con todo, de ti nace la doncella sin mancha:
blancura del cordero, misterio de la harina,
pasmo de la pureza, surtidor de la gracia
en quien el pacto tiene su esperanza cumplida.

Oh Eva, señalada por la muerte y el ángel,
venga el divino pie a posarse en la tierra,
su huella te sostenga y el amor te levante
mientras que a la serpiente quebranta la cabeza.

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