Las torres quedarán y yo me iré.
Me iré, me iré con la sombra y la luna.
No me preguntes, amor mío, por qué.
Yo no he de dar contestación ninguna.
Mi fuego se helaría en el rocío,
mi voz en el silencio interminable.
Por eso, no preguntes, amor mío.
Jamás esperes que suspire o hable.
Se quedarán las calles con sus nombres,
de la Rosa, del Sol, de los Arqueros.
Se quedarán las cosas y los hombres
y el otoño de parques plañideros.
Y yo me iré cuando la Aurora ciña
con cinturón rosado a las doncellas,
cuando la alondra despierte la viña
y los gallos ahuyenten las estrellas.
Me iré, me iré cuando el mundo, amor mío,
sea como un navío empavesado,
cuando el pájaro vierta en dulce pío
verdor de primavera sobre el prado.
Y tú preguntarás a los espejos
y ellos no acertarán a responderte,
y yo estaré muy lejos ya, tan lejos,
que habré cruzado el muro de la muerte.
Y de la Vida la impasible fiesta
ay, seguirá girando alrededor
de tu vana pregunta sin respuesta,
oh dulce y vano amor.