A Santiago de la Escalera
La noche resbala
con mansa dulzura.
Como una azucena
de nevada túnica,
inocente y lírica,
florece la luna.
las estrellas cantan
su cantiga muda
y sueña el paisaje
dormido en la bruma.
¡Qué suave sosiego!
¡Qué paz tan profunda!
Cual blandas cadencias
de canción de cuna,
únicos rumores
que el silencio surcan,
se estremece el bosque,
la brisa susurra
y abajo en el río
rezan las espumas.
Sólo dos zagales
– él fuerte, ella rubia –
velan en el valle
Por gozar la albura
de la noche clara,
de la noche rústica.
– Juan, ¿estoy soñando?
¡Oh, qué dulce música!
– Parecen campanas;
no las sentí nunca.
– Quién las toca, di?
-No sé; pero escucha.
María, te quiero.
– Si serán las brujas?
– María, si vieras…
_ O serán los ángeles
allá en las alturas…
– María, te adoro…
– ¿Campanas, o guzlas?
– Me atiendes, María?
– Qué paz, qué dulzura…
¿oyes las campanas?
– ¿María, me escuchas?
– Campanas celestes
¿sonáis en la luna?
Tañido divino…
¡Oh, Juan, esa música!…
– María, ¿me quieres?
-…No puedo ser tuya.