Regresa un viejo aroma y soy de nuevo
la niña solitaria y su paisaje:
los árboles,
riberas cenagosas,
y el río que traslada sus aguas sin premura.
La casa inagotable mimando aquel fantasma
materno, y nunca su presencia.
El ángel tutelar,
una canción antigua
cavando miel a miel en los futuros años.
Edad en transparencia, tiempo del fabulario
sazonando los frutos
de párvula cosecha,
el cielo se volcaba en la selva de noche
y convertía en hormigas las estrellas fugaces.
Un clima adolescente va trasegando el canto,
qué fácil la quimera,
la dicha qué improbable.
Crecer es ir rodando hasta el último acento
para cegar las lámparas
que encendió el fabulario.
Imperfecta costumbre de bordear el abismo
eludiendo el hechizo de su oscura llamada.
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