Y se fue sin marchar.
Salió, pero se queda
una marca sin duda en el acantilado.
Escribía al llegar un telegrama,
la clave adolescente de los arcos maternos.
Llegué. Aquí estoy. Sonrío. París es tan hermoso…
¿Qué queda
de aquel signo de amor que concluía
cada tramo feliz de los viajes?
Hola, hola, llegué. He conseguido
un logro en el trabajo, un beso deseado,
escribir un poema. Estoy contento.
Se iba sin marchar. He visto Troya,
sus enormes murallas. Cientos de naves
han llegado conmigo.
Las cartas. Telegramas. El teléfono.
Se me acaba la vida. Aquí te aviso.
Llega la funeraria. El ataúd
se cierra.
Algo quedó de él sobre la playa
y en el bolsillo guarda una piedra redonda.
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