Antes de que llegaras
abriendo el cielo de mi vida
la poetisa hacía cosas extrañas.
Era la soledad, era el decoro, era
la inteligencia sobre asno de plata.
Un asno hermoso, cristal tapiado
que iba empujando su estatura
para la caverna del poema
y sólo él.
Atrevimiento, apareciste
un día cargado de noviembre.
Llegué a la cita como en los tiempos
mejores de mi infancia, ajena
chorreando el pelo y la cartera
hasta el sillón color azul
donde aguardabas.
Sorpresa:
esta mujer además de insobornable
esquiva -dicen que dicen dicen-
viene impresentable al salón, mojada.
Corría la tarde por nuestros vasos y
extraño que atendiera a palabras
de creación mundo que no fueran
las de mi bien atesorado asno.
De pronto en tal anchura
supongo que inocente
sin darme tiempo a ver paisaje
que hoy ya es nuestro
entré en tus grandes ojos
que iban tragándose los míos
en el comienzo de dos asaltos
vertiginosos de otra
nueva inteligencia.
Ni un roce de las manos hubo
ni billar ni baratarias
que tan deprisa empujan a los cuerpos
a contagiarse en nada.
Solamente nacían bajo las nubes
torrenciales de noviembre puro
dos rostros desesperados de perderse
echando por tierra sus antiguos
dominios
para un asno de plata atar
ya un bronce tu cabeza.
Ya fuera del lugar
me daba vueltas el mundo
daba placer cruzar la esquina
de otra soledad, otro decoro, otra
boca a recibir el agua
del cielo como agua del barro
de la noche entera.
En casa, perdida, como jamás estuve
no pude ordenar mi ropa
ni dar cuerda al reloj
ni adelantar la taza para mañana
ni ofrecer liturgia en el espejo.
Directamente me abracé
a la blancura de un bordado
que decía P.C.G.