El fuego hacía presa del marco tallado
de las nuevas amistades
que siempre caminan del brazo del primer
desconocido que pasa bajo un paraguas.
Los últimos días de abril tenían la dureza
de la reja de arado.
Manos enviadas por telégrafo, besos con empaque
dentífrico, encuentros en el rellano
de la escalera. La cara o sello de la moneda que
duraba en el aire de la tarde cortante
como una hoja de afeitar.
A la luz de una vela amenazada por la mañana
no se sabía si esa muchacha
entraba o salía del baño.
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