Tu antiguo corazón adolescente
repósalo en mis manos, y que se abra
en historias, aromas muertos,
campanas y ecos de campanas.
Vienes hasta hoy para contarme,
bajas desde los montes de tu infancia,
el delantal lleno de flores
y el miedo del pinar en la mirada.
Ven y quiéreme tú también; ya sabes
lo poco que es vivir; descansa
tu desamparo en el mío, contándome
tu edad de niña, sin palabras.
Tú, como yo, al volver de costas,
o de bosques, o de montañas,
frente a la vida o a la primavera
o en la orilla del año que se acaba,
piensas: las cosas pasan más deprisa
que nuestros ojos pueden contemplarlas.
Para soñar cada minuto
vivido, un año haría falta.
Quieres tener los días muertos
releídos, igual que cartas,
haber libado toda su nobleza
para ese día en que ante el Señor vayas.
Vuelves, soñándolas despacio,
a las fugaces cosas que dejabas
apenas rozadas; no queden
allá, a medio exprimir, como naranjas.
Vas ahora a mejorar todo
pues lo que fue, después de muerto, cambia;
así en los hijos los padres difuntos
y la luz de la vieja casa.
Juntas uno por uno los juguetes
del recuerdo, las leves barcas
de pesca, con el nombre en letras negras
sobre la proa verde y blanca,
cuando, a la tarde, el alto rompeolas
las recibe en su sombra vasta;
las estaciones en el llano,
los cielos al trasluz del sol que marcha…
Pero ahora que yo te quiero
reúne con las mías tus estampas;
como niños con sus sellos del mundo,
del color de tierras extrañas.
Recorreremos juntos los barbechos
sin espigar, de horas gastadas;
hablaremos despacio por las tardes,
revolviendo las hondas arcas.
Que cuanto fue nos dé su sangre,
ahora que es tiempo, no se torne en nada,
y de esta poquedad llevemos
un día a Dios nuestras manos colmadas.
Confundidas las dos memorias
nuestros ayeres uno sólo se hagan,
y de él, en común sueño poseyéndolo,
nuestro futuro único nazca.
Hilando así la tela de recuerdos
que llevaremos de mortaja,
doblaremos con días del pasado
todos los días del mañana.
Cada hora con un recuerdo
emparejada y resonando, cada
imagen tuya por entre las mías
enredándose equivocada,
todo en tal confusión crezca y dé fruto,
lo que pasó con lo que pasa,
y cada cosa se desdoble en tiempo;
como tu corazón, amada,
que huele a antiguas primaveras
y sin fin se despliega y se derrama
en sones, y ecos, y ecos de eco,
como las campanadas recordadas…