Olor a miedo de Carlos Marzal

Yo puedo oler el miedo en cualquier parte.
Y por saberlo no hay que perder la calma.
No es un hecho asombroso. Es sólo un hecho.

Parece que no hay nada fuera de lo corriente,
y, sin embargo, hay miedo,
hay un rumor obsceno, que es la vida
latiendo por debajo de la vida.

La cuerda del violín se tensa demasiado,
la caldera estallará dentro de unos momentos.
Y todo es como siempre.

La muchacha
baila medio desnuda en mitad de la pista,
y unos tipos babean en la tiniebla espesa.

(Todo en calma. Sin novedad en el frente.
Y el silencio se afila poco a poco.)

Dos novios, embobados,
ella con la cabeza sobre el hombro de él,
escuchan a las sombras hablar en la pantalla:
Arranca y vámonos. Qué mierda de país.
Desde hoy en adelante,
s6lo será mi hogar la carretera.

(No hay nada que objetar. No hay nada que temer .)

Los bañistas
sudan al sol de un verano implacable;
del chiringuito próximo, penosa,
llega la consabida canción de un transistor.

(Y las saetas están a punto de alcanzar su límite,
el agua hirviendo se desborda del mundo,
y aunque nadie lo advierta,
ahora es la vida un hierro al rojo vivo.)

No hay nada que temer, no hay nada que objetar,
todo bajo control y todo en calma,
y, sin embargo,
hay una vida que arde debajo de la vida,
y un clamor insufrible que alimenta el silencio,
y un continuo rumor en mitad de la nada.

Que cada cual acepte su condena:
yo puedo oler el miedo en cualquier parte.

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