Lugares que me guardan de un olvido necesario.
Palmeras, geranios, sauces que suspiran sobre la
Los días como el óxido que anilla rapaces sobre
Nunca estuve más unido, más próximo a aquella higuera que planté,
ahora que flota en las olas, libre de puntales.
Recuerdo estos caminos dejados en el abandone
las piedras heridas por un desierto de azabache,
tan negras como mi corazón.
¡Ah, qué paisajes se te han escapado!
Y todo se cubre de imágenes que anhelan ser res
El faro convoca a la tormenta, la ilumina,
la convierte en sonoro instrumento, la reverbera
y alza su breve fuego sin memoria
como la luz que, desde el pasado,
ilumina a los cargueros chorreantes de espumas
Lugares que me protegen de un olvido necesario
del sueño sobre el musgo, mientras se abren las sol,
de las alertas en las murallas,
del resbalar del caballo sobre la blanca sal,
del afilado dedo que desgaja otro gajo
en la tibia alcoba de brocado.
En la oscuridad del pabellón solitario
arden las hojas y las plumas de las aves
que se pierden en el bosque de la noche.
Lugares que me guardan de todos los regresos.
¡Una ausencia te hace!
¡Una ausencia te deshace!
Y en el barco que atraviesa filos de agua,
los perros sólo comen carne fresca.
Lugares que me guardan de un olvido necesario.
Insepulto en la pira de los astros,
nunca tan altivo como a la hora del hundimiento.
Y en el denso silencio nocturno, el leve ruido de tijeras
rasgando los cordajes de trampas para huir.
Olvido necesario de César Antonio Molina
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