Lo mejor del amor es la distancia
y el encuentro otra vez,
cuando ya nada tengo que decirte
y los dos recordamos
aquellos años que se han ido,
aquel tiempo feroz que temblaba en tus manos
y esa imagen de ayer
(recordarla es vivirla)
marcada para siempre en la memoria,
impresa a fuego vivo en el pasado.
Hoy por esos recuerdos puedes decir que existes.
Y si valió la pena haber vivido
es por ese temblor que regresa a tus manos,
la certeza de haberte equivocado,
el día que pudiste ser feliz
y algún largo silencio que nunca olvidas.
Estuviste tú allí,
bajo el sol y en las ruinas un mediodía;
contemplabas tú el cielo
y ella también el cielo…
Luego un silencio largo,
como un hondo suspiro,
y después el retorno:
verde veloz el auto en el camino.
Si por ello has sabido que no fue en vano
la existencia feroz y amorosa y temida
guardas como tesoros esas migajas
de un pan que no fue tuyo ni fue de ella,
de un pan que se quedó sobre la mesa
intacto, apetecible, sin siquiera un mordisco.
No obstante no dirás ni ella dirá
que no estuvieron cerca de su aroma.
El olfato probó
esa imposible, absurda felicidad
que de haber sido tuya
recuerdos no tendrías
ni la certeza
de que fuiste feliz y a un tiempo desdichado,
y al menos un motivo
movió tu mano para que escribieras
sin ira, sin rencor,
casi sereno,
leve como el amor que se detiene
para que lo contemples
otra vez.